Era otra época.
El Partido Revolucionario Institucional dominaba contundentemente las esferas políticas del país. Había partidos de oposición, sí, y gente con ideología de izquierda o derecha pero que mantenían una posición crítica contra el PRI y, consecuentemente, contra el gobierno.
Estar dentro del PRI era sujetarse a la obediencia absoluta.
Por eso, la escena fue inédita. Inconcebible para la época.
Una votación en el Congreso. No recuerdo qué tema o acuerdo estaba a debate. Entre los parlamentarios del PRI, inesperadamente, hubo uno que obedeció a sus convicciones, no a la línea marcada por la militancia. Decidió votar en contra. Esa decisión, en el México de los años ochenta, en un congreso dominado por el PRI, le representó una dura carga emocional.
Una vez emitido su voto, el hombre retornó su curul. Se cubrió el rostro con las manos. Y lloró. Así permaneció varios minutos. Recuerdo que algún colega del congreso se le acercó para palmearle la espalda y ofrecerle palabras de consuelo.
No recuerdo qué pasó después. No recuerdo el nombre de ese legislador.
¿Lo soñé? ¿Me lo imaginé?
Tengo 53 años. Le he preguntado a personas de mi rango de edad sobre el hecho y si, algunas lo recuerdan. Pero al buscar en Internet no encuentro información. No hay videos. No hay fotos. No hay algo que consigne el hecho. Excepto estas palabras que ahora escribo.
Internet es una enorme e inacabable biblioteca. Pero tiene debilidades. Puede ser falseada con mucha facilidad. Puede ser borrada con tan solo un botón. Y no todo lo que ha ocurrido puede ser encontrado.
Quienes creen que, si no viene en Internet, es que no existe, se equivocan. Quizás no buscamos de manera adecuada. O, quizás, no ha sido registrado.
No todo está en Internet.